¡Vaya! Qué mal suena el coche esta mañana. Miras por el retrovisor y ves una estela de humo negro. Ha cumplido 12 años y te ha servido bien.
Has trabajado duro y has sido prudente con los gastos. Entregas las llaves del coche viejo en el concesionario y, te entregan el elegido, otro nuevo más grande, más potente, es híbrido y consume menos, pero también es más caro. No importa: tu familia, tus amigos, tú… viajaréis más cómodos y seguros. Además, te lo has ganado, sabes que lo mereces y estás dispuesto a disfrutarlo en el viaje que has proyectado para el fin de semana.
Dejas en la guantera la documentación del seguro que ha preparado tu Corredor y conduces al trabajo. Te apetece enseñarlo a los amigos para que se les pongan los dientes largos. La radio suena mucho mejor que en el viejo. Aún tienes 20 minutos de trayecto. ¡Mejor! Así te vas haciendo al vehículo.
La memoria te recuerda que eres un conductor prudente. Aun así, has sufrido algún percance. Una vez se pinchó una rueda. Te pusiste en contacto con el seguro e inmediatamente solucionaron el problema. Otra vez te dieron un golpe por detrás. No pasó nada grave, pero estuviste una semana sin coche. Menos mal que el seguro te facilitó otro vehículo de sustitución. Afortunadamente no te has visto involucrado en otros accidentes graves con muertes o lesiones de por vida…
Piensas en tu póliza y estás satisfecho, tienes un buen coche con un buen seguro y “pasas” de seguros low cost para cumplir el expediente. Sabes que alguna vez lo vas a utilizar y no quieres sorpresas. Has pagado un dineral por el coche y tienes que protegerlo de cualquier eventualidad ¡Faltaría más! Y… lo que te importa mucho más que el coche son las personas que llevas dentro y las que podrías herir en caso de accidente. Esos riesgos no pueden pagarse con todo el dinero del mundo.